lunes, 1 de febrero de 2016

Historias de Armenia, el país a través de su gente


Armenia es un país conocido sobre todo por sus monasterios e iglesias, la mayoría de ellas situados en parajes de gran belleza. Pero también es en su gente donde se esconde uno de sus grandes tesoros, que muchas veces desapercibido por el viajero. Al igual que las piedras de sus templos, el pueblo armenio ha sabido sobrevivir al paso del tiempo todo y las penalidades a las que los ha sometido la historia. Lo ha hecho con valentía, forjándose un carácter orgulloso de sus orígenes pero a la vez hospitalario con el extranjero.

Hay experiencias que convierten un día de viaje cualquiera en un día para recordar. Días en los que, cuando repasas mentalmente lo que has hecho, te das cuenta que no has visto nada de todo aquello que la guía te dice que tienes que ver. Días en los que, por azar, acabas cruzándote con personas que te abren las puertas de su casa y de su vida, que te acaban de conocer, pero que comparten contigo lo que tienen y su historia vital. Uno de estos días lo vivimos durante nuestra ruta por los pueblos de las montañas, en el norte de Yerevan. Estas son las historias de la gente que conocimos.

Manooshak, la niña que nos robó el corazón

Paramos en Semenovka, un pueblo que no tiene nada y por donde la gente pasa habitualmente de largo. Una mujer mayor nos sale al paso para preguntarnos quienes somos. Intercambiamos unas palabras y nos invita a su casa. Allá encontramos a su nieta, Manooshak, una chiquilla muy alegre que no tendrá más de ocho o nuevo años. Viven juntas prácticamente desde que nació: su madre no la puede cuidar porque tiene que trabajar en la ciudad y sólo se ven los pocos días que tiene de vacaciones, y de su padre no se sabe nada. Viven con lo más básico y sin ninguna ayuda del gobierno, a pesar de que varias veces la han pedido. A Emma, la abuela de la niña, se le empañan los ojos al explicar la historia de la pequeña. Nos quiere invitar a café, pero decidimos marchar. El día apenas acaba de empezar.


Manooshak, Emma

Oliver, historia de un superviviente

Su padre le puso "Oliver" en honor al protagonista de una novela de Jack London. Vive en Semenovka, el mismo pueblo de Emma y Manooshak, pero es originario de Spitak. Allí sufrió el capítulo más traumático de su vida. A las 11:41 del 7 de diciembre de 1988 el suelo empezó a moverse violentamente bajo sus pies. Vivió en primera persona un terremoto de magnitud 7,2 sobre la escala Richter, recordado como uno de los más trágicos del siglo XX. Murieron 25.000 personas y la ciudad quedó hecha escombros. Oliver tuvo la suerte de salvar la piel -no la tuvieron algunos familiares y muchos de sus amigos-. Sin casa ni nada que lo ligara a quedarse, decidió huir de su pasado e iniciar una nueva vida en Semenovka.


Oliver

Sergey, uno de los últimos molokans

Sergey vive en Lermontovo y es uno de los pocos molokans que quedan en Armenia. Éstos son cristianos de origen ruso y llegaron al país hace más de 200 años huyendo de la persecución a la que fueron sometidos durante el reinado de Catalina II para negarse a aceptar la veneración de iconos de la iglesia ortodoxa. De los 18 pueblos molokans que fundaron, ya sólo quedan dos: Lermontovo y Fioletovo.

A Sergey lo conocemos delante de su casa, justo acaba de llegar con el tractor y una carreta llena de leña que le hará falta mucha para pasar el frío invierno. A pesar de no ser muy mayor luce una larga barba blanca, uno de los elementos identificativos de la minoría a la que pertenece: su particular lectura del cristianismo, recomienda dejarla crecer a todos los hombres casados a partir de los 40 años -resulta ser que los hipsters no son tan modernos como se pensaban-. Las mujeres en cambio, llevan pañuelo cubriendo la cabeza partir de los 5 años.

Sergey habla ruso pero también habla perfectamente el armenio, tiene teléfono móvil y televisor no tiene porque no quiere. Nos lo remarca porque está cansado de leer difamaciones sobre su religión, escritas por algunos periodistas que pasaron antes por allí y que exageraban sus crónicas. Ciertamente, nosotros llegamos hasta el pueblo de Lermontovo principalmente porque habíamos leído que los molokans vivían como hace décadas y que se oponían a la incorporación de la tecnología a sus vidas. Nada más lejos de la realidad: aquí hay coches, ordenadores, teléfonos móviles e incluso wifi en el centro comunal. Tampoco es verdad que los visitantes no sean bienvenidos, como todo por todas partes hay gente más abierta y de otra que no tanto.

En cambio, sí que es cierto que en estos pueblos mantienen muy vivos sus orígenes. Observamos como todos los carteles del pueblo son en ruso y Sergey nos confirma que en la escuela las clases también son en ruso. También nos explica que, a pesar de que el comunismo hace años que se acabó, el gobierno ruso no los ha dejado de lado: subvenciona algunos de los servicios básicos del pueblo y ofrece ayudas a todo aquel que quiera volver a la madre patria.

Por cierto, "molokan" quiere decir "bebedor de leche". Y es que, de forma ritual, antiguamente bebían leche los miércoles y los viernes. Sergey se ríe cuando le preguntamos si todavía lo continúan haciendo.

Sergey

Navet y Larisa, hospitalidad yazidi en estado puro

Los yazidis son una minoría de orígen curdo -en Armenia viven unos 40.000-, son seminómadas, creen en la reencarnación y su religión tiene por dioses al sol y al pavo real. Era por la noche cuando llegamos a Rya Taza, un pueblo de esta minoría. No teníamos nada claro que fuéramos a encontrar a alguien que a aquellas horas tuviera ganas de conversar sobre su tipo de vida y religión con unos desconocidos como nosotros.

Una casa con la luz encendida y un señor que sale. Nuestra intérprete corre hacia allí y le explica quienes somos y qué hemos venido a hacer. Contento porque nos interesamos por su cultura, nos invita a entrar a su casa, son pocos los extranjeros que paran allí. Navet nos presenta a su mujer, Larisa, y al resto de su familia. No tarda en aparecer un te y un buen plato de queso casero en la mesa. Conversamos, reímos, comemos... Nos invita a quedarnos a dormir: si nos quedamos, al día siguiente matará una cabra en nuestro honor. Nos invita también a la boda de su hija que justamente se casa al día siguiente al atardecer, pero por entonces ya no estaremos en Armenia.

¡Por instantes como estos son por los que realmente vale la pena viajar!

Navet, Larisa
Foto de Rodolfo Contreras

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