martes, 27 de septiembre de 2016

El Irán de mochila con mi padre (2ª parte)


El siguiente texto es la continuación del relato: El Irán de mochila con mi padre (1ª parte)

Shiraz es una ciudad normal, y lo digo en el buen sentido. Se puede encontrar algún lugar para hacer un café instantáneo, un té y comprar algo dulce para desayunar. Dicho así, no parece mucha cosa, pero por allí estos lujos pequeños se agradecen. Para comer, hay que mover un poco las piernas y si encontráis algún restaurante que os parezca atractivo (en general, viajando por el país) aprovechad el momento de suerte al instante. No van sobrados de lugares gastronómicos y salirse del pincho de pollo o albóndiga de carne de ternera con arroz bicolor no es tan fácil como cabría esperar. ¿Verdad que sí, papa? Shiraz tiene entidad propia. El centro se deja pasear a pie y hay mezquitas, mausoleos y una ciudadela notable. Pero no nos engañemos, hasta aquí se llega para ir a Persépolis. Un yacimiento impresionante de verdad, con una trascendencia histórica que no escapa a nadie. Papa, lo fliparemos. La forma de llegar más sencilla es en taxi. Una simple pregunta en el hotel y sabrán al instante que queréis que avisen uno de confianza. Y de confianza lo son esta gente. Pero no son taxistas, son amigos o parientes, conductores particulares que te hacen el trayecto por un precio más que razonable. En el mismo recorrido se puede llegar a los conjuntos de tumbas de Naqsh-e Rostam y Naqsh-e Rajab, nosotros pagamos 800.000, aproximadamente. Unos 25€, por el trayecto de 190 kilómetros de ida y vuelta, incluidas las esperas de nuestro simpático conductor, la conversación y la hospitalidad necesaria por falta de alternativas, que nos ofrecía en forma de té y la fruta, que llevaba al estilo take away de lo más casero.

Persépolis

Iran
Naqsh-e Rostam

A la vuelta, cosas de familia, quisimos pasar al nivel dos de dificultad en lo que a comunicaciones corresponde. Venga, papa, que estamos en racha. Queríamos encontrar la manera de conectarnos con datos 3G en Internet desde el teléfono. Que una cosa es poder llamar, hecho que nos duró menos de dos conversaciones rapiditas, a cubierto de la nieve desde la estación de autobuses, y otra muy diferente es poder hablar vía WhatsApp, que es mucho más moderno a mi madre con internet (o sin) cunde una barbaridad. ¿Dónde nos pueden arreglar esto? Vete a saber, papa, vete a saber. Entramos en una tienda de electrodomésticos. ¿Por qué no? Y preguntamos. Oiréis que las redes sociales en Irán no funcionan, que WhatsApp ni de cachondeo tampoco, etc. No era así en diciembre del 2015. Pero... justo es decir que estas cosas cambian rápido y no siempre para bien. En la tienda de electrodomésticos comprenden rápido lo que queremos y nos encuentran un amigo, después dos amigos y finalmente un tercer amigo, entre conocidos y saludos interesados en nuestro problema, que se ofrece a llevarse el teléfono y arreglarlo. Papa, ahora sí que la liaremos. Dudamos un segundo, pero nuestra experiencia con esta gente es muy positiva hasta el momento y acabamos por confiarnos. Y efectivamente, pasada una media hora nos traen el teléfono y tenemos conexión con datos. Arreglado, premio a la confianza. Papa, hemos triunfado. Qué no se hace por la tranquilidad de una madre...

Otro bus nos llevará a Esfahán. Los autobuses son un medio de transporte práctico en Irán. Tomarlos es facilísimo, las carreteras principales están en muy buen estado, la frecuencia es buena y los precios muy razonables. Incluso, hacen alguna paradita para comer, donde acabamos dentro de la cocina para hacer amigos. Pasa, papa, pasa, que señalando con el dedo nos entiende todo el mundo. Hasta la estación, nos había traído de manera desinteresada el taxista del día anterior. Un tipo simpático, nostálgico de la época del Sha de Persia, donde en Irán, según nos explica, se podían encontrar bares, la vida era relajada y la discrepancia tolerada. Después vino la revolución, la guerra de Irán – Iraq de los 80 y ahora todo este lío de conflictividad internacional dentro del cual los cuesta encontrar un lugar cómodo en la escena internacional, siendo, como son, una república islámica atípica, de mayoría chiita.

Iran
En la cocina de un bar de carretera entre Shiraz y Esfahán

Esfahán es una joya, muy dulce para los turistas. Tiene complejos religiosos visitables impresionantes y mercados llenos de vida donde es posible perderse en calma. Hay una plaza central monumental, que deja sin aliento solo entrar, donde la gente pasea y se deja ver. Por la noche, un puente iluminado impresiona a los románticos de la arquitectura antigua. Hay un pequeño centro donde se puede encontrar de todo, muchas tiendas, fast foods de marcas locales, hoteles de calidad razonable, restaurantes para gourmets y paraditas donde probar cremas y sopas tradicionales. El tiempo podía haber pasado plácidamente aquí, dedicar más días, pero viajando, este tema, la gestión del tiempo, es el elemento fundamental y el único enemigo ineludible.

Iran
Mercado en Esfahán

Iran
Esfahán

En el hotel nos arreglaron el transporte con otro conductor particular que nos llevaría hasta Kashan, pasando por Natanz y Abyaneh . Otro señor simpático con su coche particular al servicio del visitante, que nos dice si nos importa que lleve a su señora de viaje con nosotros. Qué va. Haga, hombre, haga. Cuántos más seamos, más reiremos, ¿verdad, papa? Total, que la señora resulta ser una mujer tan agradable de trato como estricta practicante islámica que obliga a su marido a recitar de memoria trozos del Corán durante todo el santo trayecto. Qué pereza, Papa. Natanz no es un gran qué, pero como parada estratégica vale la pena, ya que el trayecto hasta Abyaneh se haría muy largo. Abyaneh, es un pueblecito de montaña, muy mono, de calles arregladitas donde se ven turistas iraníes y algún occidental. Las mujeres visten los colores vivos del estampado tradicional y alguna abuela pide como hecho insólito propina para dejarse fotografiar. Tomad nota, que el turismo llega a todas partes y rápido.

Iran
Abyaneh

Abyaneh

Kashan nos sorprenderá por su autenticidad. Allí conocemos a Alí, un chico de la familia que lleva el Shirin Hotel, en el centro de la ciudad, que nos hará de guía y conductor por la ciudad. Gente como él sustituyen una ausencia notable para los viajeros de mochila en el país: los hostels. Todo hace pensar que, de momento, en este Irán donde carece la fiesta y las regulaciones son notables todavía no serían rentables. Quizás hay alguno, pero no vimos ninguno y esta carencia, a pesar de que los precios del alojamiento no son de momento un problema para los presupuestos bajos, priva al viajero de las otras ventajas de este tipo de oasis occidentales, principalmente la facilidad para interactuar con otros lonely travellers y, sobre todo, la información de primera mano sobre todo lo que necesitas para moverte in situ y prever los siguientes pasos. Kashan tiene un conjunto de casas históricas impresionantes, mucha arquitectura tradicional en barro y un bazar grande y lleno de téxtil tradicional. Alí nos lleva hasta Aran, una población cercana, donde hay una mezquita espectacular y nos explica como se relacionan los iraníes y todo aquello que se nos ocurre preguntar. De Kashan destacaría eso, que es un buen lugar para tomar la temperatura al país, para hablar con la gente y disfrutar de largos paseos. En la zona de las casas históricas se pueden encontrar restaurantes excelentes, hoteles boutique y cafés con decoración oriental donde sirven expresos a la italiana, al amparo del turismo que apenas empieza a arrancar. En el resto de la ciudad, todo es, digamos, más iraní, más de no saber encontrar dónde cenar y que te acaben llevando a comer pinchos de hígado con guarnición de... hígado hasta aburrirlo, dentro de lo que parecía más una ferretería de los años treinta que una casa donde cocinaran comestibles en sentido general. Cómetelo, papa, cómetelo que el hígado alimenta. Irán es un país poliédrico, es un trozo de mundo donde una chica joven mira a ambos lados antes de retirarse dos dedos atrás el hiyab, en pleno invierno, y dos minutos después, en la calle del lado, mientras todavía piensas si hay una parte de rebeldía consciente en su gesto, chocas de morros, en plena Ashoora, con una procesión nocturna y compungida en memoria de la muerte de Imam Husein.

Iran
Ashoora

Alí nos llevará a la estación donde un bus nos acercará a Qom, el bastión religioso del país desde donde emergió la figura del Ayatolá Khomeini. Nos alojamos en un hotel espartano justo delante del Mausoleo de Fátima, un conjunto monumental brutal. Nos pilla también en un día santo y los controles de seguridad y la aglomeración a los espacios religiosos es impactante. Pasamos los controles como quienes lo hacen cada día y dentro es un frenesí de fieles deseando tocar objetos sagrados que no sabemos reconocer a primera vista. Papa, vigila que nos atropellan. Pasamos todo el día camuflados entre excitadísimos musulmanes, cacheos, gente para arriba y para abajo haciendo fotos. Al atardecer, la gente hace colas para comprar galletas tradicionales de una pasta con sobrecarga de miel. Papa, aquí esto es uno desenfreno.

Iran
Qom

Iran
En el interior de la mezquita de Qom

Dejaremos Qom al día siguiente y llegamos a Teherán en tren. Tira, papa, tira, última parada. Tenemos un día casi entero para visitar la capital... del que nos sobra medio. Lo habíamos acertado. Digamos que en Teherán si vas para verla y no para vivirla... quizás te la puedes ahorrar. Es una ciudad inmensa, sin una personalidad definible desde el desconocimiento, masificada y destartalada pero despoblada de encantos antiguos que se dejen reconocer en una primera visita rápida. Es una urbe potente, la capital de una potencia regional, con una intensa vida de calle que para disfrutarla pide una calma para cogerle el pulso que no teníamos. Irán pero es mucho más, afortunadamente, e intuyo que lo que puede ofrecer se multiplicará en rutas secundarias que pocos viajeros exploran. Todavía. Un melón que hay que abrir. ¿Cómo? Sólo hay una manera, imaginación para dibujar las rutas por donde te quieran llevar tus botas. Nunca es tarde, papa, que tarde es una palabra pesada. Y no nos entra bien en la mochila.


Daniel García Giménez


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Dani García Giménez. 39 años. Ha arrastrado la mochila por 66 países de cuatro continentes. Viajar es parte de su identidad, que vive como un hecho natural y algo irrenunciable desde la niñez. Viajero polivalente al máximo, disfruta con la misma intensidad de culturas lejanas y paisajes naturales extremos en solitario, como de visitas contemplativas a cualquier ciudad europea en buena compañía.

Ferran García Peña. Padre de Dani. 65 años. Ha visitado una treintena de países. Conductor incansable, disfrutaba diseñando rutas en coche por toda Europa que después ponía en práctica. Viajero especialmente habilidoso y acostumbrado a recavar información en un tiempo donde no era tan accesible como actualmente. Conversaba con el personal de las agencias de viajes, se ponía en contacto con las embajadas, se hacía con una pila de mapas de tierras lejanas y empezaba a medir distancias y gastos, en un contexto viajero previo a internet donde todo cálculo y previsión era completamente artesanal.

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