Este viaje se gestó tomando un café un domingo por la tarde en Sabadell. Yasmina nos comentó que quizás iba al desierto del Sáhara para fin de año a convivir con la familia de Ama, una niña saharaui que había estado de colonias de verano con Azucena, una amiga de Madrid. Yo rápidamente pregunté si me podía añadir al grupo. Yasmina me dijo que sí, que me iría informando. No fue hasta mediados de diciembre que volvió a salir el tema y vi que la cosa iba en serio. Hicimos todos los trámites deprisa y corriendo en una semana: preparamos casi 150 kilos de material escolar y ropa, Azucena en Madrid hizo los trámites para conseguir los visados en tiempo récord y compramos el vuelo el día 27 de diciembre para volar al día siguiente. Esta experiencia la compartimos Yasmina, la Azucena, Aina y yo, tres maestros y un bibliotecario.
Llega el día 28 de diciembre, nuestro vuelo de Barcelona con destino Argel sale con retraso, perdemos la conexión con Tindouf y la compañía Air Algerie nos paga una noche de hotel en la capital Argelina. Conocemos a Naima, una saharaui que vive en Granollers y que va al campamento de Smara a visitar a su familia. Nos explica muchas cosas y nosotros le hacemos mil y una preguntas. Hemos conectado mucho con ella y nos hemos reído mucho; tanto es así que nos invita a comer en su casa en uno de los campamentos
Después de la visita relámpago por las calles laberínticas de la alcazaba (casbah) de la ciudad de Argel, que son Patrimonio de la Humanidad de la Unesco desde 1992, por la noche volvemos al aeropuerto y nuestro vuelo sale hacia Tindouf a la hora prevista. En el avión coincidimos con muchos españoles, entre ellos muchos representantes de las juventudes políticas de diferentes partidos, que vienen con la entidad CEAS (Coordinadora Estatal de Asociaciones Solidarias con el Sáhara) para pasar el fin de año en el campamento del 27 de febrero. Nos explican un poco el programa de actividades y nos llama la atención que un día visitan unas dunas. Santi, el coordinador, nos da su teléfono argelino y acordamos que lo trucaremos para ver si los podemos acompañar el día que visiten las dunas.
Aterrizamos en Tindouf, pasamos los controles aeroportuarios y, con la calma del pequeño aeropuerto militar, las maletas y cajas con medicamentos, ropa y todo tipo de material empiezan a desfilar por la cinta transportadora donde se amontonan hasta que son recogidas.
Salimos del aeropuerto y todo está organizado por el Frente Polisario, no tenemos que hacer nada. Nos preguntan a qué campamento vamos y subimos a dos 4x4 con las mochilas y todos los paquetes. En breve empieza una travesía de una hora por el desierto escoltados en todo momento por la policía. No sabemos muy bien donde nos llevan y no estamos muy tranquilos. El trayecto es duro, avanzamos por la garganta del desierto con baches constantes entre el polvo de la arena. Hace frío, por la noche se nota mucho la inversión térmica del desierto.
Nos preguntan el nombre de nuestra familia y después de pasar por un protocolo donde hacen los trámites correspondientes llegamos a casa de Ama que nos espera en la haima medio dormida, pero que nos da la bienvenida a las tres y media de la madrugada. Allí mismo, dentro de nuestro saco y con unas mantas por encima, nos estiramos en el suelo sobre unas almohadas grandes y caemos rendidos. ¡Por fin estamos en el Sáhara!
El calor y la luz nos despierta relativamente temprano a pesar de no haber dormido mucho. Todo el mundo está en marcha hace rato, escuchamos los niños como juegan y toda la familia entra y sale de la haima constantemente. Cuando nos levantamos todo el mundo está pendiente de nosotros y el desayuno ya está a punto: barra de pan, leche, mantequilla, mermelada, queso en porciones y un té verde muy azucarado, caliente y con espuma.
Salimos al exterior, el sol nos deslumbra. El cielo luce moratón intenso y sin nubes: la vida empieza lentamente. El color ocre y los tonos cálidos invaden nuestras retinas y estamos rodeados de arena por todas partes.
Poco a poco, vamos conociendo a toda la familia de Ama: Hataba, la madre y la matriarca del clan, las germanas Álamo, Mausora y Salma. El hermano Handy y su mujer Abdu y los sobrinos Mausora, Basir y Ama. El padre de familia Mohamed y los tres hermanos Lamli, Abderraman y Ali nos dicen que están en desierto (sin concretar mucho lo que hacen). Salma, la hermana grande de Ama, se ha quedado viuda recientemente, nos explican que el marido ha muerto en el desierto deshidratado. Como está embarazada, yo no la puedo ver y ni siquiera escuchar, puesto que soy hombre y no pertenezco a la familia. Por este motivo siempre estará en un extremo de la haima oculta detrás de una cortina.
Los campamentos de Refugiados Saharauis están situados en la hamada argelina en pleno desierto del Sáhara, lo que algunos denominan “el desierto del desierto”, un lugar inhóspito que aloja a más de 200.000 refugiados. Hay dos únicas estaciones al año: el invierno, donde son frecuentes las temperaturas bajo cero, y el verano, cuando es habitual que los termómetros lleguen a los 50-60 grados. Por la noche, desciende mucho la temperatura, incluso en verano. El viento de siroco (siroco) es otro elemento climático que dificulta todavía más la supervivencia en esta zona, puesto que trae tormentas de arena muy violentas y secas que paralizan cualquier tipo de actividad.
Las haimas utilizadas en los campamentos no son las tradicionales nómadas confeccionadas con pelo de camello o cabra, ya que habría sido imposible disponer en el éxodo de tal cantidad de ganado, son haimas de lona proporcionadas por organismos internacionales que presentan peores condiciones de aclimatación por el calor y el frío.
El interior de la haima es una explosión de colores llena de alfombras en el suelo y con las paredes recubiertas de ropa de color y dibujos geométricos que las mujeres de la familia cosen y tensan. Siempre entramos descalzos y en la puerta se amontonan los zapatos. Cada familia dispone de una haima más o menos grande que acaban configurando en conjunto un gran complejo inmenso y amorfo.
Delante de nuestra haima hay varias construcciones de adobe que construyen con una mezcla de arena, agua y paja para resistir las duras condiciones del desierto. Hay diferentes espacios: la cocina, la letrina y una habitación que la utilizan como sala de estar, comedor y por la noche como dormitorio. Las ventanas son pequeñas y están en la parte baja de la pared para facilitar la ventilación y la entrada de aire fresco. El campamento de Ausserd no tiene electricidad, una pequeña placa solar capta la energía solar que usan cuando se oscurece. En los campamentos no hay agua corriente ni red de alcantarillado, cada familia tiene un depósito en la calle que camiones cisternas llenan una vez por semana. El agua se extrae de unos pozos muy profundos y dosificada en cubos será la que utilizarán las familias en su día a día.
Tampoco disponen de instalación eléctrica, pero la mayoría de la población cuenta con pequeños generadores eléctricos alimentados por placas solares. El combustible para cocinar son bombonas de gas proporcionadas por el gobierno argelino.
Detrás de las construcciones de adobe, Handy, el hermano del Ama que vive permanentemente con la familia, tiene un pequeño taller de motores eléctricos de coches que anteriormente había sido una tienda de víveres.
A pocos metros de todo el conjunto de habitáculos de lona o adobe vemos cinco o seis cabras que están dentro de un cercado hecho con diferentes hierros y otros objetos reaprovechados. El desecho orgánico y la poca comida que sobra mezclado con cartón es la dieta básica de estos animales que proporcionan la leche que consume la familia. Handy también nos enseña orgulloso un pequeño huerto donde han plantado calabazas, calabacines, tomates, otras verduras y hortalizas.
Handy nos lleva en su Land Rover al mercado donde compramos los víveres básicos que formarán parte de la dieta estos días: leche, agua, patatas, cebollas, mandarinas, plátanos, botes de garbanzos, lentejas, queso en porciones, dulces, galletas, agua embotellada y un poco todo lo que encontramos. La gente nos mira, nos dice cosas y sonríen. No están muy acostumbrados a ver forasteros. La nutrición saharaui se compone de alimentos muy básicos: principalmente carne, arroz, leche de cabra, el cuscús, una especie de harina llamada “la assida”, pan y dátiles. En el mercado encontramos más productos, pero para ellos algunos son bastante caros. A lo largo de toda la semana compartiremos todas las comidas con la familia que, de manera generosa y sin pedir nada a cambio nos acogerá como parte de su cotidianidad compartiendo todo lo que tienen.
Después de comer vamos a visitar a Nouna, una amiga de Ama que también había pasado algunos veranos en Madrid. Rápidamente sacan todos los enseres y nos invitan a un té. La abuela nos enseña un pequeño huerto y pasamos la tarde charlando. Hacia las siete de la tarde empieza a hacerse oscuro y volvemos hacia la casa. Nos trasladamos a la habitación de adobe, donde también dormiremos en el suelo en colchones de espuma que durante el día se utilizan como sofá. Ama y Masoura piden permiso a su madre y duermen con nosotros. En la haima dormirá el resto de la familia.
Es negra noche y un cielo iluminado con una luna llena brillante nos hipnotiza. Esta gran cúpula de estrellas y luces en la oscuridad será un escenario que nos acompañará todas las noches.
"Ojos que se orientan en la arena.
Ojos que mueven el pincel.
Ojos que llenan de luz el desierto.
La mirada se pierde en la inmensidad del desierto.
La mirada perdida hacia un final."
Autor: Òscar González |
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Viajar no es sólo ver iconos y monumentos, muchas veces la situación de la gente local es una buena razón para decidir visitar un lugar y tener una experiencia de la cual no volvemos indiferentes. Este es el caso del viaje que decidió hacer Óscar: visitar durante una semana un campo de refugiados en el Sáhara. Óscar es nuestro invitado del mes de julio y temporalmente le hemos cedido el blog para que nos explique su viaje. -- Enric y Celia
Òscar también ha escrito:
- Autor invitado del mes de julio: Òscar, ¡viajero anywhere!
- Saharauis, el pueblo refugiado en el desierto
- Un grito de esperanza, despedida en el Sáhara
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