Las experiencias vividas con la gente son las que verdaderamente enriquecen los viajes. Son tan sólo unos momentos muchas veces imprevistos, pero quedan grabados en el recuerdo. En Irán hemos vivido unos cuantos de ellos y, casi siempre, han ido acompañados de unas sonrisas.
En nuestro camino de vuelta a Shiraz presenciamos un par de escenas de aquellas que te tienes que volver mirar un par de veces y refregarte los ojos para comprobar que son verdad y no estás soñando. La primera, la imagen de dos camellos pastando en la nieve. Normalmente Estos animalillos los asocias a desierto y calor y verlos en medio de un prado blanquecino sorprende y nos pareció más propio de un pesebre que no de aquel paisaje. Sólo faltaba un tercer camello y los reyes magos de Oriente encima para completar la escena. A estos los vimos algo más tarde.... ¿Que no te lo crees?
Haciéndonos amigos de los camellos de los "reyes de Oriente" |
Otra vez en ruta, cuando todavía estábamos comentando la jugada de los camellos, de repente nuestro conductor empieza a gritar ¡Ashoyer! ¡Ashoyer!" señalando hacia el horizonte. Lo miramos sin entender nada... Nos lo repite varias veces emocionado, pero por mucho que nos lo dice evidentemente no entendemos el farsi. Finalmente, viendo que no nos enterábamos, empieza a berrear como las cabras: "Beee, beeee!!!". ¡Uf! Aquello si que nos dejó descolocados del todo. Por mucho que mirábamos, no veíamos ningún animal más por la zona. El señor ya estaba medio nervioso porque no lo entendíamos y nosotros ya estábamos medio preocupados (no fuera que estuviera un poco loco). Finalmente para del todo el coche y baja, haciéndonos un gesto para que lo acompáñasemos. Nos vuelve a señalar con el dedo hacia el prado, en dirección a un grupo de gente que se acerca. Ya más calmado, nos indica que esperemos, se apoya sobre el coche y se enciende un cigarrillo.
Poco a poco aquellos individuos se van acercando y tal y como avanzan nos damos cuenta que no son unos cualquiera. Ya de más cerca, observamos como visten con una indumentaria que parece extraída de otro tiempo. No son los reyes de Oriente, pero bien que parecían salidos del cuento de las mil y una noches o, cuanto menos, formar parte de la realeza de la época de los shas.
Vamos atando cabos y finalmente, cuando ya los tenemos casi a nuestro lado, deducimos que son nómadas. Habíamos leído sobre su existencia en Irán -todavía quedan aproximadamente un millón-, se desplazan con su ganado buscando los mejores pastos -de aquí que nuestro conductor imitara una cabra- y, su elegancia, nos recuerda un poco a los nómadas de Mongolia. Somos muy afortunados, antes de empezar este viaje para nada nos imaginábamos llegar a coincidir con una familia nómada.
Primero desde la timidez, después desde la curiosidad, establecimos conversación con el único de ellos que hablaba un poco de inglés y que nos hacía a la vez de traductor a las preguntas del resto. Estuvimos con ellos únicamente lo que duró el segundo pitillo del conductor. Aparecieron del medio de la nieve y desaparecieron andando en dirección contraria a la nuestra. Estuvimos sólo un rato con ellos, pero fue uno de aquellos momentos para enmarcar de nuestro viaje en Irán.
Nómadas en las inmediaciones de Persépolis |
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